Nacionalidad : España
Género : Thriller policíaco
Duración : 105 min.
Guión : Alberto Rodríguez, Rafael Cobos.
Fotografía : Alex Catalán
Intérpretes : Raúl Arévallo, Javier Gutiérrez, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro.
Sinopsis
La Isla Mínima es una
historia que transcurre en la España de 1980, en un pequeño pueblo olvidado y
atemporal de las Marismas del Guadalquivir. Aquí, y durante un período de
tiempo relativamente corto, se han sucedido las desapariciones de varias
adolescentes, entre ellas, las de dos chicas justo en fechas de las fiestas
patronales.
Pedro y Juan, dos polícias
de la unidad de homicidios, ideológica y profesionalmente antagónicos, son
destinados desde Madrid al pequeño pueblo de Cádiz, pese a estar atravechando
dificultades profesionales dentro del cuerpo.
La realidad con la que
ambos se encuentran es con la de un lugar caracterizado por el silencio y
hermetismo de sus gentes, que no se muestran en la labor de colaborar en la
investigación y donde, además del arroz, existe otra fuente de ingresos : el
tráfico de drogas. Mientras tanto, el pueblo atraviesa dificultades económicas
debido a una huelga de agricultores, que acrecentan las presiones del gobierno
para que los dos agentes solucionen rápidamente el caso.
A medida que el cerco hacia
el asesino de las jóvenes se va estrechando, Pedro y Juan, se enfrentaran a su
pasado, y a las diferencias en sus métodos, descubriendo cosas inesperadas el
uno del otro.
Crítica
Éste año, el cine español, está sencillamente de
enhorabuena. Títulos taquilleros como Ocho apellidos vascos, o El niño, han
arrasado, pero aún así han sido títulos a los que se les podrían atribuir
mejoras, y no han alcanzado la perfección. Sin embargo, ponen de manifiesto,
que el cine español va evolucionando y cobrando peso, y que, muy pronto tendría que haber una película que colmara ese ansia de perfección. La Isla Mínima, es la
consolidación de esa perfección, en una película
magistral.
Alberto Rodríguez, quien ya
había consolidado su carrera como director con Grupo 7, nos regala una película
donde pone al servicio del espectador todo su ingenio; un ingenio que radica en
demostrarnos que, no es necesario que una producción española tenga que
invertir los limitados medios económicos patrios, intentando imitar las escenas
de acción hollywoodienses. La magia de La Isla Mínima es precisamente esa; la
sutilidad de una historia que sorprende sin resultar forzada, una película que
entretiene solo con el poder de lenguaje, pero sin ser meramente contemplativa.
Sin necesidad de efectos
especiales, ni de tiroteos en lugares públicos que creen escándalos
apocalípticos, ni de escenas artificiosas que pretendan demostrar al espectador
español que podemos hacer cine a lo Michael Mann, Alberto Rodríguez crea una
historia, aparentemente muy simple pero que va ganando tensión a medida que el
ritmo se va haciendo más lento y silencioso, donde el argumento va ofreciendo
al espectador muchos más matices de los que se esperaba.
Como siempre que en la cinematografía española nos sale algo bien; las inevitables comparaciones con un producto norteamericano (maldita sea la tendencia).
Dícese de que La Isla
Mínima es como una versión cinematográfica española de la serie True Detective,
emitida cuando ya había sido rodada la cinta de Rodríguez, a juzgar por algunas
similitudes de ambientación y de morfología de los personajes. Nada más lejos
de la realidad.
Y es que Alberto Rodríguez
crea en las Marismas del Guadalquivir, un universo que atrapa al espectador,
con un lenguaje donde todos los elementos encajan entre sí. Vayamos por partes.
Una fotografía que plasma los tonos tenues de la Andalucía de la transición. El
sonido al compás de un ritmo sigiloso. Una ambientación rural, costumbrista,
que dibuja de forma creíble los pueblos del sur de Cádiz de la España de
principios de los 80, donde es destacable una admirable peculiaridad : si bien
estamos ante una película muy española, la escena no está cargada de los
arquetipos de nuestra cultura. Y, por supuesto, el hecho de lograr que dos
actores, Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, encasillados en la comedia y en la
ficción televisiva, respectivamente, den un sobresaliente giro de ciento
ochenta grados en su interpretación. Todos los aspectos artísticos y técnicos
de La Isla Mínima, absolutamente todos, se armonizan magistralmente entre sí
para dar lugar a una historia con identidad y credibilidad propia, como si cada
uno de esos aspectos fueran como un personaje más de la historia. No hay
comparaciones que valgan.
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