Dirección : Emilio Martínez - Lázaro
Nacionalidad : España
Género : Comedia
Reparto :
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Dani Rovira – Rafa
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Clara Lago – Amaia
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Carmen Machi – Merche/Anne
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Karra Elejalde - Koldo
Duración : 98 min.
Guión : Borja Cobeaga, Diego San José.
SINOPSIS
Rafa es
indudablemente andaluz. Con su pelo engominado, su marcado acento y su pasión
por el Betis y las mujeres, nada parece hacerle cambiar hasta que un día se
cruza en su vida Amaia, una vasca ruda y temperamental, de despedida de soltero
en Sevilla. Ambos se enamoran perdidamente, en un flechazo de una noche, tras
el que Amaia desaparece. Rafa iniciará un viaje rumbo al País Vasco más
profundo, en el que iniciará toda una vorágine de peripecias desternillantes
con tal de recuperar el amor de Amaia. Entre ellas, lo más difícil para un
andaluz casto : hacerse pasar por vasco.
Tengo que reconocer que, cuando acudí al cine a ver Ocho apellidos vascos, lo hice por un efecto llamada. Mi curiosidad ante el considerado como fenómeno cinematográfico de la temporada, pudo conmigo y me arrastro con toda la marea humana que durante varias semanas, ha llenado las salas de cine. Sin reparar en saber, a priori, quien dirigía el filme, empecé a sentir un pequeño pálpito. A medida que Rafa emprendía su descabellado viaje hacia el País Vasco, para conquistar el amor de Amaia, iba dibujando, entre cada uno de los desternillantes gags que retumbaban en las mandíbulas de los espectadores, los matices que definen el estilo de Emilio Martínez-Lázaro.
El primero, recordando la portada, con una tipografía y una estética vivaz, donde predomina el rostro sonriente y deshinibido de los personajes, situados a modo de mosaico. El segundo, las desdichas y encrucijadas que vive el personaje, en el entorno de la jungla urbana; un matiz que si bien en títulos como Lulú de noche, El otro lado de la cama, o La montaña rusa esa jungla es Madrid, en Ocho apellidos vascos, cambia ligeramente para desarrollar la acción en un entorno rural de las vascongadas. El tercero, una forma gamberra de hacer gracia, con situaciones que rayan el disparate y lo absurdo, las mismas por las que el espectador se muerde las uñas preguntándose ¿cómo acabara ésto? y se encuentra con un repentino y desternillante desenlace, a golpe de gag. Un humor con el que Martínez-Lázaro otorga en Ocho apellidos vascos, la virtud más inédita pero menos reconocida de la película; enfocar la ficción, en parte ocasional del metraje, en un terreno donde jamás se había atrevido a hacerlo ninguna otra comedia, que es el entorno abertzale vasco, con ese humor pícaro que, aunque respetuoso, hubiera sido imposible abordarlo de no ser por una coyuntura politica como la actual.
El cuarto, que el pilar fundamental de la picaresca sea el amor, y una lucha encarnizada entre sexo y personajes opuesto.
Pero sobretodo, los paralelismo que el fenómeno Ocho apellidos vascos, guarda con el que fué, en el 2002, El otro lado de la cama. Convertir lo que aparentemente se nos presenta como una comedia simple, una más del cine español, en el fenómeno del producto bien conseguido en un público, al que no se le ha dejado indiferente.
El inconveniente en Ocho apellidos vascos, es que ese mismo efecto deseado no se ha logrado en la crítica, por culpa de decaer en ciertos convencionalismos que vienen siendo típicos en comedias españolas modernas, cuando El otro lado de la cama, asombró a la crítica con novedades de género que eran impredecibles, como hacer de la música un elemento más de la ficción. Esto es, los momentos finales y decisivos de la historia están necesitados de la misma energía con la que arrancan los momentos iniciales, como por ejemplo, el momento de la boda, en la que el espectador espera más caos. También, el desarrollo se va haciendo monótono, y quizás la historia pide a gritos, que se enreden más las cosas.
Y algunos personajes, hubieran sido más acertados con un casting diferente, como es el caso de una Amaia (Clara Lago), a la que le falta una pequeña chispa para creernos el mal humor de las vascas, si bien el resto del reparto está súblime.
Son ejemplos de que Ocho apellidos vascos, se sostiene porque es una película que ha hecho reir, aunque hubiera podido ser mejor, con un guión más esmerado.
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